martes, 19 de abril de 2016

TRASTORNOS DE CONDUCTA EN LA FAMILIA


En un aglomerado familiar, por las conjeturas anteriores de las existencias, el crisol de la evolución, no son pocos los asuntos que quedan por el camino, aguardando una solución. Entre algunas, vale la pena señalar el trastorno de conducta por obsesión, que anatematiza a muchos Espíritus en el campo de la reencarnación.

Por no haber tenido la oportunidad de volver al mismo proscenio hacia donde se fue su verdugo, la víctima del pasado, delirante, permanece en aflicción y busca la forma de alcanzarlo para la venganza lamentable, sin serenarse mientras las leyes de la afinidad no se le acerque del antiguo antagonista. En vez de la contribución sublime del amor, lamentablemente, aún elige convivir con el odio, con la venganza enfermiza, en terrible alucinación que le impide discernir racionalmente las actitudes que deben ser tomadas y resbalando en el proceso obsesivo, tan cruel como fueron las causas que lo desencadenaron.

El Espíritu fue creado para la gloria del amor. No obstante, los impulsos inferiores que le permanecen como atavismo perverso, predominante en su naturaleza espiritual, se le dificulta la ascensión, solamente posible cuando insculpe el sentimiento de afectividad en lo intimo, ampliando después de la evolución, mediante la adquisición del conocimiento intelectual.

Puesto que el amor impone renuncia y abnegación, exigiendo sacrificio y esfuerzo personal, el ser humano casi siempre mantiene una preferencia mórbida por las reacciones negativas, enfermizas y egoístas, especialmente complaciéndose en tal conducta aquellos que perdieron la dirección de sí mismos, cuando fueron victimados por personas o circunstancias penosas, cuyos sufrimientos, sin embargo, podrían transformarse en bendiciones en el proceso de crecimiento personal. De ese modo, se refugia en el seno de la familia que, de alguna forma, contribuye a su tragedia interior, el Espíritu renace con “matrices” espirituales que facultan la imposición obsesiva, en la que rescata el delito y crece moralmente, si sabe conducir el proceso angustiante. Sin embargo, no está en la ley de Dios los padecimientos por sí mismos, sino como oportunidad de rehacer la experiencia infeliz, corrigiendo el paso con el equilibrio y desarrollando los valores dignificantes dormidos en latencia.

Cuando se trata de un trastorno obsesivo simple, el paciente posee lucidez para conducir la problemática, poder administrarla y ganar en realización dignificante lo que malgastó en desequilibrio anterior. Pero cuando el problema es más grave, como en los casos de las obsesiones por fascinación o por subyugación, el enfermo no puede trabajar la angustia y las aflicciones en las cuales se contuercen, por falta de discernimiento, necesitando el apoyo familiar para recuperarse.

Es en ese capítulo que los padres no pueden dejar de permanecer vigilantes, considerando que los hijos que les fueron confiados por la Divinidad son tesoros que deben ser multiplicados, como en la parábola de los talentos narrada por Jesús, en que aquellos que supieron aplicarlos, se lo devolvieron multiplicados, mientras que el avaro, perezoso y desconfiado siervo, no hizo más que enterrarlo, generando la ira de su amo, quien le reprochó el carácter venal.

Los hijos son, muchas veces, hábiles maestros que auxilian a sus padres a que asciendan los escalones de la evolución, a través de las lecciones de sufrimiento que les aplican por las donaciones de ternura con la cual los enriquecen. Poder conducirlos con sabiduría es el deber que no es lícito desconsiderar bajo ninguna justificativa. Si observan un comportamiento desequilibrado en su hijo, después de buscar auxilio en la ciencia médica, jamás debe olvidar la contribución espiritual mediante el concurso de los pases, del agua magnetizada, del cariño hacia el enfermo encarnado y compasión hacia el perseguidor.

El sicario de hoy trae las marcas del sufrimiento de lo que fue víctima, y comete el mismo desatino que padeció, cuando debería utilizar la lección de la vida para ascender a los páramos de la luz mediante el perdón. Mientras el Espíritu no perdona las ofensas recibidas, no posee recursos para perdonarse a sí mismo por los disparates y errores que se permite. Sin lucidez para entender la fragilidad del prójimo, guarda resentimientos de forma consciente o no de las propias defecciones que se le transforman en tormentos actuales o futuros. Por tanto, el ejercicio de la compasión faculta, posteriormente, la presencia del perdón en su modo noble de olvidar el mal recibido, para recordar solamente las dádivas de las alegrías recolectadas durante la existencia. El obsesado, quien genera situaciones de difícil solución en el hogar, siempre es muy infeliz y, por esa razón, se halla en una etapa que le impide comprender lo que ocurre a su alrededor, por lo que se torna instrumento de aflicciones para toda la familia.

Muchas veces, su impertinencia repetida continuamente, termina por agotar a los familiares, quienes reaccionan con ira y dolor, con rebeldía y odio, que complican más la escena dolorosa. La terapia más eficaz, con la oración, es la paciencia de todos aquellos que están obligados a lidiar con su enfermedad, envolviéndolo con ondas de paz, para que se rompan las esposas que lo atan al vengador. Los sentimientos negativos que son dirigidos al enfermo espiritual le empeoran la situación, porque le vitalizan más al perturbador, quien encuentra campo vibratorio favorable a la venganza que desea llevar a cabo. Por otra parte, todos aquellos que participan en la situación aflictiva, de una forma o de otra, están vinculados a la trama lamentable a la que ahora se niegan a rescatar.

En las constelaciones familiares también renacen almas queridas que forman grupos saludables felices, porque tienen la misión de trabajar en favor del progreso general, fomentando el desarrollo intelecto moral de la colectividad. Sostenidos por los valores de la afectividad doméstica, encuentran fuerzas para vencer las dificultades naturales de los emprendimientos relevantes, construyendo el bien y la felicidad por toda parte. En esos reductos consanguíneos están Espíritus afines, consagrados por el pasado de ternura y comprensión, que recomienzan juntos para que se sostengan mutuamente en el desempeño de los compromisos en los cuales se hermanan. Por tanto, felicidad y sufrimiento son frutos del sembrado individual, que se transforma en alegría o dolor colectivos, señalando a los involucrados en las mismas realizaciones.

La familia es siempre una bendición que Dios le faculta al Espíritu en crecimiento, y que lo auxilia a entrenar la fraternidad y la comprensión, como forma de prepararlo para aquella de naturaleza universal. Por ser la célula inicial de la sociedad, cuando se estructura en el bienestar, todo el conjunto goza de alegrías y esperanzas. Sin embargo, cuando se presenta enferma, es comprensible que el organismo general padezca dificultades de entendimiento y de salud colectiva. Por tanto, en casos de obsesión en familia, hijos o padres, hermanos u otros miembros del mismo clan, disfrutan de oportunidad especial para reparar los gravámenes que aguardan la presencia del amor, de la caridad y de la oración para el equilibrio que corresponde.

En el hogar se santifican los sentimientos, incluso en los períodos más difíciles, cuando se elige la afección en vez de la antipatía y de la animosidad.


Fuente: Franco, Divaldo Pereira. Por el Espíritu Joanna de Ângelis. Constelação Familiar. Capítulo 19.
Revista "Mies de amor"

No hay comentarios:

Publicar un comentario