martes, 17 de noviembre de 2015

LIBRE ALBEDRÍO Y LEY DE CAUSA Y EFECTO


Cuando resolvemos hacer o dejar de hacer alguna cosa, nuestra conciencia siempre nos alerta al respecto, aprobándonos o censurándonos. A pesar de alertarnos la voz íntima, siempre hacemos lo que fue decidido por nuestra voluntad o libre albedrío. Nada nos obliga en los momentos de decisiones propias, de ahí ser correcto afirmar que somos responsables por nuestros actos y constructores de nuestro destino. Libre albedrío es, pues, la facultad que tiene el individuo de determinar su propia conducta, o, en otras palabras, la posibilidad que él tiene de, entre dos o más razones suficientes de querer o actuar, escoger una de ellas y hacer que prevalezca sobre las otras. (6)

El libre albedrío, la libre voluntad del Espíritu se ejerce principalmente en la hora de las reencarnaciones. Escogiendo tal familia, cierto medio social, él sabe de antemano cuales son las pruebas que lo aguardan, pero comprende, igualmente, la necesidad de estas pruebas para desarrollar sus cualidades, curar sus defectos, despojarse de sus preconceptos y vicios. (8) Debemos considerar, no obstante, que en las  reencarnaciones compulsorias el Espíritu no tiene condiciones de opinar al respecto de su planeamiento reencarnatorio.

Es importante recordar, también, que las luchas y las dificultades que el Espíritu encarnado enfrenta, no constituyen una fatalidad, sino, al contrario, representan el pleno ejercicio del libre albedrío, una vez que las pruebas de la vida hacen parte de un planeamiento encarnatorio realizado o apoyado por el Espíritu, antes de su reencarnación. Con relación a la ley de causa y efecto (karma – expresión vulgarizada entre los hindúes), la Doctrina Espírita nos explica que toda falta cometida, todo mal realizado es una deuda contraída que deberá ser pagada; si no lo fuera en una existencia, lo será en la siguiente o siguientes, porque todas las existencias son solidarias entre sí. (1) Así, las miserias, las vicisitudes de la vida corpórea, son oriundas de nuestras imperfecciones, son expiaciones de faltas cometidas en la presente o en precedentes existencias.

Por la naturaleza de los sufrimientos y vicisitudes de la vida corpórea, se puede juzgar la naturaleza de las faltas cometidas en anterior existencia, y las de las imperfecciones que lo originaron. (2) No hay que creer, mientras tanto, que todo sufrimiento soportado en este mundo denote la existencia de una determinada falta. Muchas veces son simples pruebas buscadas por el Espíritu para concluir su depuración y activar su progreso. (3)

Concepto Espirita de libertad, de responsabilidad y de fatalidad

Para comprender mejor las manifestaciones del libre albedrío y de la ley de causa y efecto, es necesario que entendamos el significado espírita de libertad, de responsabilidad y de fatalidad.

La libertad es la condición necesaria del alma humana que, sin ella, no podría construir su destino. (7) Una sociedad civilizada y evolucionada establece que la libertad sea hija de la fraternidad y de la igualdad. Hablamos de la libertad legal y no de la libertad natural que, de derecho, es imprescriptible para toda criatura humana, desde el salvaje hasta el civilizado. Los hombres que viven como hermanos, con derechos iguales, animados del sentimiento de benevolencia recíproca, practicarán entre sí la justicia, no procuraran causar daños unos a los otros y nada, por consiguiente, tendrán que temer unos de los otros.

La libertad no ofrecerá ningún peligro, porque nadie pensará en abusar de ella en perjuicio de sus semejantes. Pero, ¿cómo podrían el egoísmo, que todo quiere para sí, y el orgullo, que incesantemente quiere dominar, dar la mano a la libertad que los destronaría? El egoísmo y el orgullo son, pues, los enemigos de la libertad, como lo son de la igualdad y de la fraternidad. (5) A primera vista, la libertad del hombre parece muy limitada, en el círculo de fatalidades que lo encierra: necesidades físicas, condiciones sociales, intereses o instintos. Pero, considerando la cuestión más de cerca, se ve que esta libertad es siempre suficiente para permitir que el alma quiebre ese círculo y escape a las fuerzas opresoras. Añadimos, no obstante, que el hombre es libre, pero responsable, y puede realizar lo que desee, pero estará unido inevitablemente al fruto de sus propias acciones. (9)

La libertad y la responsabilidad son correlativas en el ser y aumentan con su elevación; es la responsabilidad del hombre que hace su dignidad y moralidad. Sin ella, él no sería más que un autómata, un juguete de las fuerzas ambientes. (…) La responsabilidad es establecida por el testimonio de la conciencia, que nos aprueba o nos censura según la naturaleza de nuestros actos. (7) La fatalidad, como vulgarmente es entendida, supone la decisión previa e irrevocable de todos los sucesos de la vida, cualquiera que sea la importancia de ellos. Si tal fuese el orden de las cosas, el hombre sería cual máquina sin voluntad. ¿De qué le serviría la inteligencia, desde que hubiese de estar invariablemente dominado, en todos sus actos, por la fuerza del destino? Semejante doctrina, si fuese verdadera, contendría la destrucción de toda la libertad moral. (4) Con todo, la fatalidad no es una palabra vana.

Existe en la posición que el hombre ocupa en la Tierra y en las funciones que en ella desempeña, en consecuencia del género de vida que su Espíritu escogió como prueba, expiación o misión. Él sufre fatalmente todas las vicisitudes de esa existencia y de todas las tendencias buenas o malas, que le son inherentes. Ahí, no obstante, acaba la fatalidad, pues de su voluntad depende ceder o no a esas tendencias. Los pormenores de los acontecimientos, esos quedan subordinados a las circunstancias que él mismo crea por sus actos, siendo que en esas circunstancias los Espíritus pueden influir por los pensamientos que sugieran. Hay fatalidad, por tanto, en los acontecimientos que se presentan, por ser estos consecuencia de la elección que el Espíritu hizo de su existencia de hombre (…) Nunca hay fatalidad en los actos de la vida moral. (4)

Entendemos, pues, que la ley de causa y efecto, o principio de acción y reacción, está relacionada con uso de nuestro libre albedrío y a las consecuencias transcurrientes del empleo de nuestra voluntad. Dios nos permite, por el libre albedrío, la libertad y la responsabilidad de practicar el bien o el mal; no obstante, a partir del momento en que decidimos qué hacer, esta acción genera una reacción característica, que vendrá más tarde bajo la forma de cosecha.

1. Kardec, Allan. Código penal de la vida futura. El Cielo y el Infierno. Trad. De Manuel Justiniano Quintán. 45. ed. Río de Janeiro: FEB, 2000. 1ª Parte, cap. VII, preg. 9, p. 91-92.
2. Preg. 10, p. 92.
3. Causas anteriores de las aflicciones. El Evangelio según el Espiritismo. Trad. De Guillón Ribeiro. 116. ed. Río de Janeiro: FEB, 1999. cap. V, item 9, p. 103.
4. Resumen teórico del móvil de las acciones humanas. El Libro de los Espíritus. Trad. de Guillón Ribeiro, 80. ed. Río de Janeiro: FEB, 1998. Preg. 972, p. 398-400.
5. Libertad, Igualdad, Fraternidad. Obras Póstumas. Trad. de Guillón Ribeiro, 29. ed. Río de Janeiro: FEB, 1999, p. 234.
6. GALLIGARIS, Rodolfo. El libre albedrío. Las Leyes Morales. 7. ed. Río de Janeiro: FEB, 1997, p. 151.
7. DENIS, León. El Libre albedrío. El Problema del Ser, del Destino del Dolor. 19.ed. Río de Janeiro: FEB, 1997. 3ª Parte, cap. XXII, p. 342-343.
8  p. 346.
9. XAVIER, Francisco Cándido. Libres, pero responsables. Encuentro Marcado. Por el Espíritu Emmanuel. 7. ed. Río de Janeiro: FEB, 1991, p. 160.

Federación Espirita Brasilera.













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